Comentario
Cómo llegamos al río de Tabasco, que llaman de Grijalva, y lo que allá nos acaeció
Navegando costa a costa la vía del poniente de día, porque de noche no osábamos por temor de bajos e arrecifes, a cabo de tres días vimos una boca de río muy ancha, y llegamos a tierra con los navíos, y parecía buen puerto; y como fuimos más cerca de la boca, vimos reventar los bajos antes de entrar en el río, y allí sacamos los bateles, y con la sonda en la mano hallamos que no podían entrar en el puerto los dos navíos de mayor porte: fue acordado que anclasen fuera en la mar, y con los otros dos navíos que demandaban menos agua, que con ellos e con los bateles fuésemos todos los soldados el río arriba, porque vimos muchos indios estar en canoas en las riberas, y tenían arcos y flechas y todas sus armas, según y de la manera de Champoton; por donde entendimos que había por allí algún pueblo grande, y también porque viniendo, como veníamos, navegando costa a costa, habíamos visto echadas nasas en la mar, con que pescaban, y aun a dos dellas se les tomó el pescado con un batel que traíamos a jorro de la capitana. Aqueste río se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo se llamaba Tabasco; y como le descubrimos deste viaje, y el Juan de Grijalva fue el descubridor, se nombra río de Grijalva, y así está en las cartas del marear. E ya que llegamos obra de media legua del pueblo, bien oímos el rumor de cortar de madera, de que hacían grandes mamparos e fuerzas, y aderezarse para nos dar guerra, porque habían sabido de lo que pasó en Pontonchan y tenían la guerra por muy cierta. Y desque aquello sentirnos, desembarcamos de una punta de aquella tierra donde había unos palmares, que será del pueblo media legua; y desque nos vieron allí, vinieron obra de cincuenta canoas con gente de guerra, y traían arcos y flechas y armas de algodón, rodelas y lanzas y sus atambores y penachos, y estaban entre los esteros otras muchas canoas llenas de guerreros, y estuvieron algo apartados de nosotros, que no osaron llegar como los primeros. Y desque los vimos de aquel arte, estábamos para tirarles con los tiros y con las escopetas y ballestas; y quiso nuestro señor que acordamos de los llamar, e con Julianillo y Melchorejo, los de la punta de Cotoche, que sabían muy bien aquella lengua; y dijo a los principales que no hubiesen miedo, que les queríamos hablar cosas que desque las entendiesen, hubiesen por buena nuestra llegada allí e a sus casas, e que les queríamos dar de lo que traíamos. E como entendieron la plática, vinieron obra de cuatro canoas, y en ellas hasta treinta indios, y luego se les mostraron sartalejos de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules, y desque los vieron parecía que estaban de mejor semblante, creyendo que eran chalchihuites, que ellos tienen en mucho. Entonces el capitán les dijo con las lenguas Julianillo o Melchorejo, que veníamos de lejas tierras y éramos vasallos de un gran emperador que se dice don Carlos, el cual tiene por vasallos a muchos grandes señores y calachioníes, y que ellos le deben tener por señor y les irá muy bien en ello, e que a trueco de aquellas cuentas nos den comida y gallinas. Y nos respondieron dos dellos, que el uno era principal y el otro papa, que son como sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya he dicho otra vez que papas les llaman en la Nueva España, y dijeron que darían el bastimento que decíamos e trocarían de sus cosas a las nuestras; y en lo demás, que señor tienen, e que ahora veníamos, e sin conocerlos, e ya les queríamos dar señor, e que mirásemos no les diésemos guerra como en Potoncha, porque tenían aparejados dos jiquipiles de gentes de guerra de todas aquellas provincias contra nosotros: cada jiquipil son ocho mil hombres; e dijeron que bien sabían que pocos días había que habíamos muerto y herido sobre más de doscientos hombres en Potonchan, e que ellos no son hombres de tan poca fuerza como los otros, e que por eso habían venido a hablar, por saber nuestra voluntad; e aquello que les decíamos, que se lo irían a decir a los caciques de muchos pueblos, que están juntos para tratar paces o guerra. Y luego el capitán les abrazó en señal de paz, y les dio unos sartalejos de cuentas, y les mandó que volviesen con la respuesta con brevedad, e que si no venían, que por fuerza habíamos de ir a su pueblo, y no para los enojar. Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas, que también tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las paces y traer bastimento, e que entre todos ellos y los pueblos comarcanos se buscara luego un presente de oro para nos dar y hacer amistades; no les acaezca como a los de Potonchan. Y lo que yo vi y entendí después acá, en aquellas provincias se usaba enviar presentes cuando se trataba paces, y en aquella punta de los Palmares, donde estábamos, vinieron sobre treinta indios e trajeron pescados asados y gallinas e fruta y pan de maíz, e unos braseros con ascuas y con zahumerios, y nos zahumaron a todos y luego pusieron en el suelo unas esteras, que acá llaman petates, y encima una manta, y presentaron ciertas joyas de oro, que fueron ciertas ánades como las de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor, que no valía doscientos pesos; y más trajeron unas mantas e camisetas de las que ellos usan, e dijeron que recibiésemos aquello de buena voluntad, e que no tienen más oro que nos dar; que adelante, hacia donde se pone el sol, hay mucho; y decía: "Culúa, Culúa, México, México"; y nosotros no sabíamos qué cosa era Culúa, ni aun México tampoco. Puesto que no valía mucho aquel presente que trajeron, tuvímoslo por bueno por saber cierto que tenían oro, y desque lo hubieron presentado, dijeron que nos fuésemos luego adelante, y el capitán les dio las gracias por ello e cuentas verdes; y fue acordado de irnos luego a embarcar, porque estaban en mucho peligro los dos navíos por temor del norte, que es travesía, y también por acercarnos hacia donde decían que había oro.